Han pasado apenas 33 días —algo más de 800 horas— desde que el Atlético de Madrid presentara su primer fichaje de la temporada. Ese es, al parecer, el escaso margen de paciencia que una parte de la esquizofrénica “afición” rojiblanca ha decidido concederle a Diego Pablo Simeone en este curso. Y digo “este curso” porque el guion ya lo conocemos: la misma película lleva proyectándose más de cuatro años cada vez que arranca la temporada.
El año pasado, cuando se sumaron más puntos en el inicio, el reproche era que el equipo jugaba “fatal” y que los resultados eran fruto de la suerte. Llegue a escuchar que Julián Álvarez era una estafa y que habíamos fichado a un tío del montón. Curiosamente, este año, en el que el Atlético está a dos postes y un penalti más que dudoso de lograr un pleno de nueve puntos de nueve posibles, el factor suerte parece haberse evaporado de la ecuación de los críticos.
Cualquiera que se haya parado a ver uno de los 3 partidos que ha jugado el Atleti en Liga, ha podido ver que han sido partidos en los que el equipo con un punto más de físico y algo más de precisión habría marcados varios goles más. Creo que se ha planificado el físico pensando en que estos primeros partidos se ganarían por detalles de calidad, y esa calidad y fluidez no se ha alcanzado en 33 días (algunos de los titulares llevan menos tiempo entrenando con el grupo). Se nos olvida que se ha sacado de la plantilla a 11 jugadores y se han fichado 7. Y que el 50% del once titular es nuevo… 33 días les habéis dado.
La siguiente coartada es casi un clásico: “llevamos cuatro años sin jugar a nada”. Y resulta curioso, porque son exactamente los mismos cuatro años en los que Simeone ha implorado la llegada de un mediocentro posicional para organizar el equipo. O los mismos en los que tuvo que competir con delanteros titulares de la talla de Morata o Depay, mientras la dirección deportiva permitía que la plantilla se envejeciera, se devaluara y se parchearan posiciones con futbolistas sin hambre, más interesados en un retiro dorado que en dejarse la piel.
Luego llega otra de las favoritas: “el Cholo ya no es el Cholo, ha abandonado sus principios”. Esta crítica retrata bien a cierto sector de la grada, siempre dispuesto a cargar contra el entrenador. Desde el título liguero de 2013-14, el nacionalmadridismo impuso un mantra: aquel Atlético era un equipo sucio, feo y aburrido que solo ganaba 1-0. Y una parte de nuestra afición, con su planteamiento de sofá, corrió rauda a recoger ese guante. No pararon hasta lograr que se diluyera la esencia de aquel Atleti en el que los jugadores mordían el césped como si no hubiera mañana.
Para mí, este ha sido el mayor error de Simeone en sus más de 14 años al frente del club: ceder ante la presión y cambiar su idea para intentar “jugar más bonito”. Temporada tras temporada, el guion se repite: comienza intentando un fútbol para el que no tiene plantilla, y temporada tras temporada acaba obrando otro milagro, recuperando la esencia y sumando puntos a golpe de trabajo, sacrificio y convicción.
No es casualidad que, también hace unos cuatro años, una parte de la grada del Metropolitano —que en absoluto representa a la verdadera afición atlética— se alineara con un niñato caprichoso que hoy juega en Arabia. Desde entonces, todo lo que haga Simeone les parece mal: insultos, faltas de respeto y un desprecio sistemático hacia quien más ha hecho por este club en un siglo. Esa minoría tóxica ha abierto una brecha envenenada por el nacionalmadridismo. Han tragado relato hasta que se les ha salido por la nariz y las orejas.
Desde el sofá tienen infinitos motivos para cambiar al Cholo. Cuando ha desaprovechado al menino portugués es un buen motivo, cuando se han sacado 2 de 9 es un buen motivo, cuando se ha fichado a un argentino es un buen motivo, cuando su equipo da patadas y pierde el tiempo es un buen motivo, cuando intenta «jugar bonito» sin saber hacerlo o sin contar con los efectivos adecuados es un buen motivo, cuando es el mejor pagado del mundo (spoiler: nunca lo ha sido) es un buen motivo, cuando no gana títulos compitiendo contra quien compite es un buen motivo, cuando hace fichajes cuyo nivel es bajo es un buen motivo y cuando peca de poco ambicioso porque traga con los fichajes discretos que le hacen también es un buen motivo.
El resultado es un Atlético convertido en una empresa acomplejada y servil, reflejo de quienes lo dirigen. Poco queda de aquel club irreverente y rebelde que conocimos de la mano de nuestros padres y abuelos. ¿Dónde está el “luchar como hermanos”? ¿Dónde el “coraje y corazón”? Sin recuperar esa identidad, difícilmente volveremos a competir por algo grande.
Desde esta tribuna solo puedo pedir paciencia y apoyo incondicional al equipo. Dirijamos la rabia hacia donde corresponde: la zona noble. Una directiva que, pese a algún esfuerzo reciente, vuelve a dejar la plantilla corta y coja, siempre más pendiente de la cuenta de resultados que del rendimiento deportivo.
A jugadores y cuerpo técnico hay que darles tiempo para encontrar ritmo, confianza y automatismos. Poco me preocupan los próximos partidos, ya que hay que ser muy necio para pensar que con esta plantilla se puede aspirar a algo más que ser tercero en Liga. El equipo tiene que estar centrado en acabar la temporada con 75-80 puntos, que es para lo que va a dar, y luego ver que hacen los demás. Porque de algo si estoy convencido: tarde o temprano, como cada temporada, llegará ese cargamento de biberones que Simeone encarga para sus críticos. Y entonces volverán a mamar, como siempre, como cervatillos hambrientos buscando a su madre tras días perdidos en el bosque.
Un abrazo y nos vemos en las gradas.
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