LA INSISTENCIA. O CÓMO EL ATLETI NO SE PONE LÍMITES.
(Riyadh Air Metropolitano. 1 de noviembre de 2025. Tarde de otoño, luz baja y la sensación de que, al fin, algo encaja.)
La gente lo sabe. Lo siente. Hay un puñado de partidos en la temporada que valen más de tres puntos. Este, contra el Sevilla de Almeyda, era uno de ellos. Dos amigos, Simeone y Almeyda, chocando sus métodos en el césped. El respeto era palpable. Las declaraciones previas lo confirmaban: amistad, sí. Pero la guerra es la guerra. Y en el Metropolitano, la guerra no admite medias tintas.
La primera parte fue un nudo. Un nudo gordiano, de esos que no hay forma de desatar. El Sevilla, valiente y descarado, salió a la yugular. Vargas arriba, tocando. La estadística, tozuda, marcaba menos del 50% de posesión. ¿Defensivos? Preguntadle a Koke. “Nos consideran defensivos… Yo creo que somos ofensivos”. Pero la realidad es que el balón no entraba. Nico González lo tuvo, un remate que se estrelló en el poste. Vlachodimos, el portero sevillista, se hizo enorme. Gigantesco. Al descanso, cero a cero. Y esa incomodidad. Esa sensación familiar en el estómago rojiblanco.
El VAR y el Destino
Pero el Atlético es insistencia. La terquedad como estilo de vida.
Minuto 61. Un balón suelto. Giménez lo caza. Nianzou, el central sevillista, llega tarde. Muy tarde. Tacos al muslo. El árbitro mira. El Metropolitano ruge, un bramido que se escucha hasta en Neptuno. Y el VAR, esa tecnología fría que a veces sí entiende de justicia, llama al árbitro. Revisa. No hay dudas. Penalti.
El destino tenía un nombre: Julián Álvarez. La Araña. El joven argentino que carga sobre sus espaldas el peso de los goles. Julián coge el balón. Lo mira. Mira a Vlachodimos. Y lanza. Fuerte. A la derecha. El portero adivina, sí. Pero el disparo es un picotazo. Un puñetazo en el alma del Sevilla. (1-0. Min. 65). El penalti había matado al Sevilla, como reconocería Djibril Sow después.
El gol abrió el partido como una caja de Pandora. El Atleti, al fin, respiraba.
Giuliano y el 200 de Antoine
El segundo gol es la definición de la voluntad. Giuliano, el Cholito, el MVP de la tarde, pelea un balón en tres cuartos. Un rugido de pura física. Le roba la cartera a Suazo. Apura línea de fondo, levanta la cabeza. ¿Dispara? No. Asistencia. A la boca chica. Almada solo tiene que empujarla. Un gol de trabajo sucio, de fe en la presión alta. (2-0. Min. 77).
Pero la épica no podía terminar sin el Principito.
Minuto 90. El final se acerca. Griezmann, que había entrado de refresco, quiere su premio. Una jugada de fantasía. Ruggeri por la izquierda. Conecta con Almada. Almada se la devuelve. Griezmann se planta en el balcón del área. Griezmann no perdona. Un disparo seco, escorado. Gol. El 200.
Doscientos. Una cifra redonda que sella una victoria redonda. (3-0. Min. 90).
Portería a cero, 22 puntos y el Barça provisionalmente empatado. El trabajo está hecho. La insistencia, una vez más, ha sometido a la duda. El Atlético de Madrid sigue en su sitio. Y lo que viene, es la única verdad: el próximo partido.












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